sábado, 25 de julio de 2009

HAMVAS: VINO E IDILIO, IIIª PARTE




Durante mis viajes mi experiencia principal fue descubrir que hay paises consumidores de vino y otros que son consumidores de aguardiente. Según ésto, hay pueblos de vino y pueblos de aguardiente. Los pueblos de vino son geniales; los pueblos de aguardiente, aun si no todos son ateos, sin embargo tienen inclinaciones a la idolatria. Los grandes pueblos de vino son los griegos, los dalmatas, los españoles y los etruscos y en las regiones propiamente vinícolas los italianos, francéses y húngaros. Estos pueblos rara vez tienen ambiciones de historia mundial, no se metieron en la cabeza la redención de los demás pueblos, mucho menos, si es necesario, con culata de fusil. El vino los salva de la abstracción.

Los pueblos de vino viven en las tradiciones de la edad de oro y no en la historia universal. Esta actitud se debe a uno de los componentes más importantes del vino, a la esencia idílica. Los países y las regiones vinícolas todos son idílicas. Esto lo puedes experimentar, sin duda, si caminas entre las viñas de Tokaj y las de Barolo, en las de Toscana, entre los viñedos de Burdeos y la Borgoña, por las riberas del Duero y los vinedos de Grecia. Entre los pagos de vid los caminos cubiertos de césped suave se parecen a pequeños riachuelos verdes, apacibles. En la entrada de las bodegas subterraneas hay un enorme nogal, donde también en los días más calurosos disfrutamos de una sombra fresca. Estos son lugares donde uno se para, se sienta dondequiera, acampa diciendo: aquí me quedo. Tal vez ni siquiera percibiése que allí tocaría su fin.



De estas cosas meditaba en Szigliget, allí clasificaba para mi uso personal los vinos de montanã y los vinos de las llanuras, aun que esto es muy natural y archiconocido: el vino de la llanura es prolífico, sin embargo es más diluido, sin mayores pretenciones y es más pobre en esencias. Esto no necesariamente es denigrante. Esto solamente significa, que no me casaría con un vino, como éste. Estaría muy infelíz por la falta de las esencias más excitantes. Quienes no tienen afición por las tensiones mayores, y ésto se puede apreciar en su justo valor, pueden convivir también con estos vinos.

En todo ésto estaba pensando, arriba, en la colina, en el mágico Szigliget. Bajo mis pies yacían las huertas y los pagos de los viñedos, màs lejos, el lago Balaton, a mi alcance mi cantiplora estaba llena con vino y si mis meditaciones balbuceaban, sorbía de ella. Esto nace con uno. Yo prefiero el vino de la montaña, más aún, el que nace en la cercanía del agua. El agua es uno de los cuatro últimos elementos y es el signo en que he nacido, por esto lo exigo en todo. Por lo mismo, Tokaj, Barolo, la Borgoña están más distanciados de mi, y están más cerca Badacsony, Burdeos, el Ródano, Ribera del Duero. Hay excepciones también aquí. Inmediatamente Somló, o el nero d’avola del Etna. Estos vinos son vinos de fuego, nacieron en los volcanes. En las cercanias de los volcanes Somló y Etna no hay agua.

Por ejemplo, el Somló se alza sobre una llanura, tiene forma de corona. Entre todos nuestros vinos, para mi, el vino de Somló es lo non plus ultra. Ya explico, porque es así: yo distingo entre vinos rubios (blancos) y vinos morenos (tintos); también entre vinos masculinos (secos) y vinos femeninos (dulzones); además distingo entre vinos soprano, alto, tenor, bajo, unisono, polifónico, y sinfónico. Más aún, suelo distinguir también entre vinos solares, lunares y astrales. Con respecto al vino es muy fácil emplear distinciones de todo tipo. Por ejemplo, hay vinos lógicos y místicos, visuales y acústicos, vinos que fluyen de izquierda a derecha y también de derecha a izquierda y así hasta la infinidad. Cada vino pone al catador ante tareas de distinción nuevas. Resumiendo, el vino de Somló para mi es un vino barítono solar y un vino sinfónico, catire, masculino, que contiene la esencia espiritual de la creación súblime, entre nuestros vinos en concentración única. Por esto pienso, que, a pesar de que todos los vinos son sociales y se abren sus atributos a lo más profundo cuando los disfrutan en comunidad, el vino de Somló es el vino del solitario. El de Somló está tan lleno con la esencia de la embriagez de la creación, que solamente en la soledad más equilibrada, apaciguada y ensimismada se debe tomarlo. Quisiera agregar todavía a los mencionados del vino de Somló (siempre se trata de esto vino de oro blanco, seco, de la cepa más antigua que es el fuego mismo) que, a pesar de que los vinos serios de la montaña siempre son la bebida de la gente de los cuarenta, o mayores, más que la de la juventud, el vino de Somló es el vino de los ancianos. El de los sabios, el de aquellos quienes han aprendido la sabiduría suprema, el regocijo. Es enteramente personal y lo menciono solamente, porque uno de los mayores resultados en mis meditaciones de Szigliget fue lo siguiente: en la máscara hierática del vino de Somló me ha sentido muy cercano a esto regocijo maduro y a la sabiduría, a esta embriagez intensiva de la creación de nuestro mundo.

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